miércoles, 24 de septiembre de 2008

Dios no existe pero está

Por primera vez en no sé cuantos días me empiezo a encontrar razonablemente bien, animada. Digamos que no me angustia el paro, ni la pérdida de seres queridos, ni el (la carencia de) dinero, ni mi madre, ni la imposibilidad de siesta de esta tarde, ni que empiece a estudiar italiano -a pesar de que ya estoy arrepentida de haberme matriculado-, ni tener que encontrarme en breve con amistades o lo que sea que no me apetecen nada de nada. Es la ausencia de la angustia y para variar, la satisfacción del trabajo bien hecho, lo que hacía tiempo que no me sucedía. Se me ha pasado la mañana en un periquete y además, teniendo yo razón en unas cuantas cosas, para que luego me descalifiquen algunas imbéciles... En esto de los insultos, quien quiere ofender frecuentemente se define...
Bien se ve que esto del pensamiento negativo está requetearraigado en mi estilo cognitivo, pues ante la menor contrariedad se me desencadenan una serie de fantasmas y miedos que me hacen la vida imposible. Con todo, aquí estamos... aunque a veces sea alucinando.
Hace unos minutos estuve tomándome un café en mi pausa de media mañana y me he encontrado en una de esas situaciones surrealistas, sin pies ni cabeza y que las origino yo generalmente por adoptar alguna conducta que es completamente impropia de mí, como en este caso: iniciar una conversación con desconocidos.
En mi cafetería habitual me encuentro cada día con una señora con discapacidad mas o menos de mi edad. Siguiendo los modales bien inculcados por mi madre, aunque no la conozco de nada la saludo siempre al entrar al local. Buenos días y ya. La señora no me respondía hasta hace unos días: calificada como grosera y punto. Automáticamente olvidada. Pero he aquí que hoy llega ella después que yo y se acerca a la barra y es entonces donde mi conducta varía y la lío. En vez de los consabidos "buenos días", digo "hola, ¿qué tal?". Parece inocente, pero no. No sé qué resorte he desencadenado porque de pronto me ha contado su vida: que está casada, que tiene tres hijos pero que uno como si no, que tiene muchas cosas que hacer, que su familia es estupenda, que cada mañana viene a tomarse un café -como si ésto no lo supiera ya- y así hasta el infinito y sin posibilidad de intervenir y menos de cortarla. ¡¡¡A quien se le diga que estaba deseando volver al trabajo!!! Aínas si puedo, aunque al cabo se acuerda que tiene que mirar el cocido y desaparece como por ensalmo, y eso que es hemipléjica. Las camareras, mueeeeertas de risa, me advierten que es una pesada y que lo voy a flipar con la tabarra que me va a dar en lo sucesivo...
Pues no. Lo va a intentar una vez y a continuación huirá despavorida: en cuanto le pregunte por su discapacidad. Si lo sabré yo, después de 20 años trabajando con minusválidos...

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